¿Qué mejor servicio podemos ofrecer a nuestro mundo que una sana mirada? ¿Qué mejor ayuda podemos dar a los demás que adoptar y compartir una mirada feliz, una mirada alegre, positiva, asertiva, comprensiva…? ¿Qué mejor legado podemos otorgar con nuestras vidas que portar una mirada donde reside el Amor? ¿Una mirada capaz de percibir la magnificencia en todo lo que existe?
El mundo no necesita ser salvado, el mundo necesita mirar con nuevos ojos.
Cuántas veces dejé de hacer algo importante para mí en mi vida, algo que en verdad deseaba porque creía que había alguien que me necesitaba: una hermana, un padre enfermo, un amigo, una novia, mi asociación, mi trabajo, mi…
Me convertía en un desgraciado porque no volaba hacia mi destino mientras intentaba salvar a otros de sus propios problemas. Cuando, en verdad, lo que estaba dándoles era la apariencia de que me necesitaban a mí para poder solventarlos. Confirmándoles y alimentando esa pobre idea sobre ellos mismos. Les estaba diciendo “tú solo no puedes”.
En los grandes momentos de mi vida siempre he tenido que dejar a un lado mi creencia de que alguien me necesitaba para poder seguir adelante. He tenido que confiar en mí, pero también he tenido que confiar en la propia valía de los que dejaba atrás. Por increíble que pueda parecer, esto último siempre fue lo más difícil. Pero siempre pude comprobar más tarde que, en realidad, nada se destruía sin mi presencia, cada uno continuaba su camino y encontraba su propia forma. Curiosamente, con mi decisión de liberarme, la mayoría de las veces todos lo hacíamos.
Desde esta base, hoy siempre que ayudo a alguien lo hago felizmente, no desde un supuesto deber. Lo hago libremente y por amor, no por obligación. Gracias a esto cuando ayudo no me siento resentido. Tampoco me siento culpable cuando no lo hago.
He dejado de ayudar económica o materialmente a quien veo que lo que realmente necesita es confianza en sí mismo, confianza en que sí se puede. He dejado de ayudar económicamente cuando veo que mi ayuda solo engendra más ilusión de dependencia. Y cuando lo hago siempre es de manera simbólica, mi ayuda material es una metáfora para la elevación de consciencia de ese hermano en la luz. Mi aportación económica va acompañada de un silencioso “Namaste”, o un más moderno “Te Veo”, como en la película Avatar. Mi ayuda no es una ayuda sino un presente, una señal de reconocimiento. Le estoy diciendo “sé quién eres tras el velo de las apariencias, sé que tú y yo somos lo mismo, estamos caminando el mismo camino, actuando en la misma obra”.
Sigo ayudando, y pienso que más eficientemente que nunca, pero lo hago casi siempre en el campo de las creencias, de la “percepción de las cosas”, pues creo que ahí es donde mora el verdadero problema. Trato de elevar la mirada que esa persona tiene, lo cual la ayudará a mejorar sus circunstancias o a darse cuenta que éstas, desde la nueva mirada, han dejado de ser un problema.
Así, de esta manera, dejo de colaborar en la ilusión de que somos seres dependientes o necesitados y reafirmo mi propio paradigma, y el de ellos, de que todos somos seres que podemos valernos por nosotros mismos.
Dejemos de intentar salvar el mundo. Dejemos de intentar cubrir las necesidades de otros mientras las nuestras se encuentran desatendidas. Dejemos de intentar cumplir lo que otros esperan de nosotros y centrémonos en cumplir antes que nada nuestros propios sueños, porque si no es así nadie hará realidad ninguno.
Las mascarillas de oxígeno de los aviones tienen escrito el lema “Póngase usted la mascarilla antes de ayudar a los demás”. Deberíamos de aplicarnos ese sabio consejo a lo largo de nuestro viaje por la vida.
No estoy diciendo que no colaboremos en mejorar las cosas sino que lo hagamos desde la base de que esa mejora colectiva no está en peligro. La humanidad no está en peligro está evolucionando, y esa evolución es imparable. La mejora de los demás no depende de nosotros, depende de cada uno de ellos individualmente. Y muchas veces al entrometernos con nuestras ideas radicales de lo que está bien y lo que está mal, la ralentizamos.
Lo que si depende de nosotros es nuestra propia mejora. Centrémonos en mejorar cada uno de nosotros y en nuestro proceso ayudaremos a los demás a mejorarse a sí mismos. Curiosamente de esta manera el mundo también mejorará.
Si todos nos enfocáramos en esto pienso que el mundo sería rápidamente un lugar más feliz.
Seríamos felices porque estaríamos haciendo lo que en verdad nos apasiona en vez de desperdiciar nuestro tiempo en sacrificarnos por otros que en realidad no lo necesitan, que en última instancia son incluso perjudicados por ello. Al alimentarles con esa falsa idea de que no son autosuficientes. Lo que esas personas, lo que la humanidad en general necesita es creer. Creer en sí misma, creer en que sí se puede.
Ese es el mayor regalo que podemos darnos.
Pregunto de nuevo ¿qué mejor regalo puedo darle a alguien que aquello que a ciencia cierta me ha servido a mí? ¿Qué mejor regalo puedo darle que inspirarle la confianza en sí mismo y en la vida? ¿Traspasarle el conocimiento de que, si quiere, con la correcta actitud, puede? ¿Qué mejor regalo que el hablarle sobre esa actitud que, según mi experiencia, le ayudará en su camino? ¿Qué mejor regalo que enseñarle la puerta y dejarle que el mismo tenga el valor, la confianza y la constancia de cruzarla, y de cosechar al final sus propios frutos?
Podemos enseñar, educar, dar un consejo, una guía, una inspiración, mostrar un camino, compartir una experiencia, una mirada que pueda ayudarles a ayudarse a sí mismos. Pero ellos tienen que cruzar la puerta y caminar el camino. Y aunque tú no estés allí, ten por seguro que más tarde o más temprano lo harán. Cuando estén preparados, de una manera o de otra, contigo o sin ti, encontraran el camino.
Solo cuando el alumno está preparado aparece el maestro.
Porque ese maestro, independientemente del medio a través del cual se manifieste, ya sea a través mía, tuya, de un libro, de una película, de una escuela, de una organización, de una inspiración… ese maestro es en esencia el mismo para todos, el Maestro interior que mora en cada uno de nosotros. Nuestro verdadero Ser, nuestra verdadera Esencia.
No somos tan imprescindibles, salvo para nosotros mismos. Solo nosotros podemos oír nuestra voz interior. Solo nosotros podemos seguirla. Nadie hará el camino por nosotros. Y si alguien lo hiciera… de poco nos serviría.
El mejor regalo que podemos dar a alguien es escuchar esa voz, seguir nuestro corazón, perseguir nuestros sueños y ser un ejemplo para los demás de que también ellos pueden seguirlos. Hacer realidad nuestros deseos y traer la bendición de esa nueva creación al mundo, y junto con ella la promesa o como mínimo la esperanza de que otros también pueden hacer lo mismo. Dejar de sacrificarnos para que otros dejen a su vez de hacerlo, y cesar así esa insana y terrible cadena de sacrificio sin fin.
No somos víctimas, somos creadores.
Podemos caminar juntos, podemos colaborar en proyectos y sueños comunes, en hacer de éste un mundo mejor. Porque esa termina siendo más tarde o más temprano la consecuencia natural de perseguir nuestros sueños: el deseo de mejorar nuestro entorno. Porque cuando nosotros mejoramos crece en nosotros el deseo natural de beneficiar a otros con esa mejora, de compartir nuestro regalo, nuestra felicidad, nuestra alegría, nuestra creatividad. Transformando lo que un día fue una cadena de sacrificio en una de dichosa creatividad y expansión para el beneficio común. Nadie quiere ser el único ser feliz del planeta.
El mejor regalo que podemos dar a la sociedad es el comprender que todos y cada uno de nosotros venimos a este mundo con la capacidad de mejorar y en consecuencia mejorarlo, que todos tenemos el potencial para hacer realidad nuestros sueños y, lo que es seguro, como mínimo cubrir todas nuestras necesidades.
Todos venimos con esa capacidad. Todos: pobres, oprimidos, analfabetos, enfermos, inválidos, cojos, mancos, ciegos, sordos, inmaduros…
Todos podemos mejorar nuestras circunstancias, a menos… a menos que creamos lo contrario.
Ayudemos pues en lo que realmente importa. Ayudemos sobre todo a erradicar esa creencia. Ayudémonos a elevar nuestra mirada.
Fuente: Alberto Agraso