A mi me divierte observar lo que siempre ocurre cuando convoco una sesión terapéutica en mi casa de California. Está situada en una finca muy bonitas, a orillas del mar. Cuando llega la gente, la belleza del panorama tiende a situarlos en un estado positivo. Yo los contemplo desde el torreon que tiene mi casa. Veo cómo van llegando en coche, se apaean, miran a su alrededor con alegría manifiesta y se acercan a la puerta principal. Evidentemente, todo cuanto ven los pone en un estado vital, positivo.
¿Qué pasa luego? Suben charlamos un poco (todo ello en un tono muy placentero y positivo), hasta que les pregunto:
“Bien, ¿cuál es el motivo de su visita?”
Al instante se puede observar cómo dejan caer los hombros, se les vuelven flaccidos los músculos faciales, respiran con angustia y adoptan un tono de autocompasión mientras se disponen a desarrollar la letanía de sus penas y deciden ponerse en su estado “apesadumbrado”.
La mejor manera de liquidar ese patrón de comportamiento es demostrar lo fácil que resulta romperlo.
Generalmente lo consigo diciendo con energía, casi como si estuviera enfadado: “Usted perdone, pero ¡no hemos comenzado todavía!”
¿Qué ocurre?
En seguida replican: “¡Ah! Disculpe.”, se yerguen , reanudan el ritmo normal de respiración, recuperan la postura y la expresión facial habituales, y vuelven a sentirse bien.
Es un mensaje facil de entender.
Ya saben cómo ponerse en un estado favorable, y que son ellos mismo quienes eligen el desfavorable.
Tienen todos los instrumentos para cambiar su fisiología, sus representaciones internas y su estado, a fin de cambiar instantaneamente su comportamiento.
¿Con cuánta rapidez puede consegurise eso?
En un segundo.
Fuente: Anthony Robbins