La Dictadura del Hacer: Domingo Díaz

Estoy aquí, ahora, y no tengo nada que hacer, ni ningún sitio donde ir, y no deseo hacer nada, ni quiero ir a ninguna parte. Solo Estoy, aquí y ahora. Me está costando un gran esfuerzo pero estoy resistiendo bien, porque he tomado la adecuada conciencia. Cuanto más resisto, el Estar se va convirtiendo en Ser, y, ¡gran sorpresa!, el tiempo empieza a desaparecer. De repente, “el pájaro está fuera de la jaula”.

Me planteé recientemente que tal vez podría existir alguna alternativa a ese estado de pensamiento único que domina a la cultura occidental y que se llama Hacer, que incluye, entre otras, la partida de Ir/Venir, de uno a otro lugar, como parte de un Hacer compulsivo que nos somete y domina.

Tal vez podría existir un estado de Ser, una forma de vida de Ser, totalmente opuesta al Hacer y a su subproducto Ir/Venir. Tal vez. Tendría que experimentar y descubrir.

La percepción del estado de SER debí tenerla en un momento de conciencia expandida, de mente superior, tan raros y espontáneos como fructíferos, porque cuando decidí iniciar la experiencia con los únicos recursos de mi mente racional tridimensional aquello no era tan sencillo.

Los occidentales vivimos sometidos a la dictadura del Hacer. ¿No te gusta la palabra dictadura?. Los apólogos de Occidente le llamarían la Cultura del Hacer –y sus variantes de la Acción y de la Actividad-, y le subrayarían como una de las causas fundamentales del progreso material y el desarrollo tecnológico de que goza Occidente, y que exporta, o intenta exportar al resto del mundo, pero yo le llamo dictadura, dictadura del Hacer.

Desde muy pequeños nos enseñan, y enseñamos a nuestros hijos, a que hay que “hacer algo”, a que no puede uno estar quieto, parado “sin hacer nada”. Si no se está durmiendo, se tiene que estar haciendo algo, estudiando, aprendiendo, jugando, siempre haciendo algo y ocupado. Con la edad, la presión anterior, que venía fundamentalmente de los padres y del sistema educativo, empieza a llegar de todas partes, de todos los sectores sociales, sin descanso, sin pausa, y se nos graba en lo más profundo de la mente que ese es el estado natural de las cosas, que la vida es corta y que “hay mucho que hacer” en sus variantes de “hay mucho que estudiar”, “hay mucho que aprender”, “hay muchos lugares a donde ir”, “hay mucho que trabajar”, “hay mucha gente a la que conocer”, “hay muchas cosas que disfruta”. Envueltas en el papel de regalo de esos verbos atractivos y positivos hay una condición subliminal, cuanto menos conflictiva. “Hay que hacer…algo”. Lo que sea, pero que sea siempre, constantemente, sin pausa. Hemos caído en la trampa, nos hemos convertido en máquinas del hacer, en marionetas de actividad obligada, las más de las veces errática, sin dirección fija, descoordinada.

El permanente hacer, y el deseo oculto de poder hacer y abarcar más cada vez, requiere de dos peligrosos socios, tan tiranos y dictadores como el propio hacer: el tiempo y la tecnología.

Cuando uno se ha arrojado en cuerpo y alma en los brazos del hacer, necesita una planificación para poder hacer más cosas en el mismo tiempo, y necesita la ayuda de la tecnología para ser más eficiente, pudiendo así hacer más cosas en el mismo tiempo. Uno está atrapado en la red. Pero no lo ve, ni lo sabe, ni lo reconoce, ni lo percibe, porque está dentro de la misma red en la que están todos sus vecinos, sus paisanos, su entorno social. No puede compararse con nadie para establecer la diferencia. Está atrapado y no puede saberlo….. ¿Los sabes tú?

Fuente: Domingo Díaz 6 de agosto del 2011

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