Carta de un naufrago que tiene compasión y amor por si mismo

S.O.S.
Me llamo Pedro, soy un náufrago y  estoy en medio de una fuerte tempestad. ¡¡Ayuda!!
Carta de un navegante a un náufrago
Querido náufrago. Hoy me complace comunicarte que hace escasas horas divisé puerto. Se trata de la isla del Amor y de la Compasión.
Cuando atraqué en el muelle pesquero más bonito que jamás imaginé, recibí un “muy buenos días tenga usted” que me dijo el hombre de la isla, un viejo pescador que allí esperaba paciente y tranquilo su próxima captura: Más tarde sabría que esa captura sería nuestra cena esa noche. Este hombre tenía una paciencia impactante y una mirada… una mirada de sabio despierto. Yo, en aquel momento andaba muy enojado. Le expliqué la razón de mi enfado. Antes de llegar a la Isla del Amor y la Compasión, se cruzó en mi travesía un huracán que casi me hace naufragar. La razón de que no pasara tal desgracia, me explicaría luego el viejo-sabio, se debió a la certeza profunda que albergaba en mi corazón de un lugar detrás de aquel temporal, más allá de todo lo conocido e inimaginable, la tierra prometida en donde yo volvería a reencontrarme con mi esencia y que ese esfuerzo, me decía este noble sabio, bien valía la pena por tan suculenta recompensa posterior. El precio que se debía pagar: el riesgo que conlleva una elección y el coraje de seguir con ella hasta el final. Me dijo: Para llegar hasta aquí has tenido que examinar la realidad del entorno agreste que  en aquel momento te rodeaba y del cual no podías echar marcha atrás, pero primero tuviste que establecer una meta. Esto lo hizo tu espíritu. El viejo prosiguió diciéndome que yo era un hombre bueno y que me lo merecía y que por eso estaba allí, pero también me dijo que todos los hombres y mujeres eran buenos-as y que también se merecen  la entrada a la isla del amor y de la compasión, pero que solamente llegan a ella los que tienen un fuerte propósito establecido. ¿Es este tu caso, querido amigo?
El viejo pescador (por cierto que, a medida que transcurría su relato, una paz intensa me invadía) también me dijo que después de muchas horas en una situación desesperada en la cual creí  sucumbir a la fuerza de la tempestad, me acordé de mi madre y de mi padre, a los que odié en mi adolescencia y que tuve que coger mi orgullo y tirarlo por la borda. Me tuve que liberar de mi importancia personal y pedirle perdón por todas las situaciones que les hice pasar de dolor y angustia porque reconocí que en su inconsciencia no había culpa. En realidad comprendí que tampoco yo era culpable de nada. También tuve que perdonar a los demás, aquellas personas que creí que necesitaba pedirles perdón en aquél momento tan dramático de mi vida.  Mientras el viejo hablaba, yo le miraba estupefacto, con una mezcla de incredulidad y desestructuración de todos mis esquemas mentales, pues todo lo que relataba es como si hubiera estado en mi pellejo. Fui sintiendo cada vez más admiración y respeto. Prosiguió el viejo diciendo  que solo entonces tomé conciencia de que al perdonar a los demás  me estaba perdonando a mí mismo. Y entonces amigo mío, algo sucedió en ese instante. Tuve por primera vez conciencia de mis propios demonios. En ese instante me di cuenta, descubrí que tenía que perdonarme a mí mismo por todas las heridas y el veneno que yo mismo me creé en mi propio sueño, porque si amigo , todos estamos en un mismo sueño, padeciendo y compartiendo el mismo dolor en el mismo infierno. Amigo, siguió el viejo, que cada vez era más joven… y cada vez se parecía más a mí: “cuando te perdonas a ti mismo, empiezas a aceptarte y entonces el amor por tu persona crece. Ese es el perdón supremo que te ha permitido llegar hasta la isla del Amor y de la Compasión: Perdonarte a ti mismo”.
¿Es ese tu caso por el cual naufragaste y aún  sigues flotando a la deriva en el mar tempestuoso de las emociones, querido amigo náufrago?
PD:
Hola Pedro. He recibido tu mensaje. Espero que llegue a tus manos este mensaje en una botella. Sé que estás ahí y que vas  a salir de la tempestad. Te Deseo de todo corazón que encuentres tu camino personal que te lleve a la isla del Amor y de la Compasión, así como se lo deseo a tantos y tantos náufragos que están perdidos en todos los mares de este planeta, pero no sabría cual es el camino que debes tomar. Eso lo encontrarás en tu interior, grabado a fuego en tu alma. Entra en él, pregúntale a ella y espera su respuesta. Yo solamente me he ocupado de contarte lo que  el día que llegué a esta isla, que considero mi casa, empezó hablando el que creí era un viejo pescador y que al final de la tarde resultó ser mi yo esencial, plantado allí delante mío. Estaba hablando conmigo. Al final me encontré con mi esencia. Esa noche cenamos una sabrosa dorada.
“Todos somos uno. En tu desesperación, mi desesperación, está tu triunfo, mi triunfo. Ten Fe y sigue hasta la meta. Eres un Héroe. Ya lo eras antes de embarcarte en este viaje ¿recuerdas? El viejo te manda saludos y te espera para la siguiente cena. ¿Te apetece una dorada… o un atún? Pide y se te Dará”
Fuente: Pedro un buen amigo.
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