La luz y la oscuridad por Alejando Jodoroswsky

La obscuridad llega ante Dios y se queja:
-La luz me persigue, me hace daño.
Dios le responde:
-Llamaré a la luz para que se explique.
Cuando la luz llega, la obscuridad desaparece.
Gracias a esta historia podemos comprender la enigmática frase que dicen los Maestros Zen: “Si me buscas, no me encuentras, Si no me buscas, me encuentras”. Todos nosotros, por haber padecido las antiguas verdades que nos transmiten la familia, la sociedad y la cultura, nos sentimos incompletos. Nos parece vivir en un calabozo mental. Pero el cerebro es infinito, compuesto de millones y millones de neuronas, de las que sólo unas pocas utilizamos durante la vigilia. La unión de esas pocas neuronas forma nuestra individualidad limitada. Vivimos sin saber lo que realmente somos. Para conocernos debemos partir a la conquista de esas regiones misteriosas que forman nuestro verdadero ser. Si somos pacientes y perseverantes, las neuronas comienzan a unirse, formando redes de más en más vastas, haciéndonos vivir libremente en medio de un universo infinito.
Pero, como la oscuridad de nuestra historia, esto nos aterra, porque la liberación mental provoca la muerte de nuestra individualidad cotidiana. Estamos acostumbrados a decir “yo soy yo”, “yo pienso siempre esto, siento esto, deseo esto, necesito esto”, nos sentimos seguros, en cierta manera, porque creemos conocernos. Despertar hacia lo desconocido que somos, nos provoca el miedo a la locura, el miedo a lo incierto, el miedo a perder la definición delante de los seres que amamos, el miedo a ser expulsados de nuestra familia y nuestra sociedad. Nos refugiamos, entonces, en la inercia. Mendigamos a falsos Maestro dosis de aspirinas metafísicas, que nos quiten la angustia, pero que no nos cambien. Decoramos nuestra cárcel mental con cuadros que representan a ventanas abiertas y con espejos.
Alejandro Jodorowsky
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